domingo, 4 de diciembre de 2016
ENFERMEDADES DE TRASMISIÓN ESPIRITUAL
ENFERMEDADES DE TRASMISIÓN ESPIRITUAL
Así como las enfermedades de
transmisión sexual, tan contagiosas que afectan a grupos y subculturas enteras,
las de trasmisión espiritual son enfermedades del ego y, en consecuencia,
enfermedades muy sutiles, enfermedades casi invisibles, tanto en nosotros como
en nuestra comunidad. Y lo invisible es, por definición, imposible de ver y
nada hay tan invisible como el ego humano, verdadero meollo de las enfermedades
de transmisión espiritual.
Y, si bien, en las enfermedades de
transmisión sexual, los agentes infectados son nuestros fluidos corporales, las
enfermedades de transmisión espiritual afectan, entre otros, a nuestros
conceptos, nuestras percepciones y nuestra confusión egoica. Y la sutileza e
invisibilidad de esos contaminantes los hace muy difíciles de detectar.
En este tipo de enfermedades, el ego
se combina lentamente —tan lentamente que suele pasar desapercibido— con
nuestros anhelos y comprensiones espirituales hasta que la “dolencia” espiritual
empieza a devoramos sigilosamente, como si de un parásito se tratara. Y si no
les prestamos la necesaria atención, acaba obstaculizando nuestra visión e
impidiendo nuestro desarrollo.
11 ENFERMEDADES DE TRANSMISIÓN ESPIRITUAL
Enumeremos ahora, sin pretensión de
ser exhaustivos, algunas de las enfermedades de transmisión espiritual más
comunes.
1. La espiritualidad
tipo comida rápida
La combinación entre la
espiritualidad y una cultura que celebra la velocidad, la multitarea y la
gratificación instantánea nos aboca necesariamente a una espiritualidad tipo
comida rápida. Súper Size Me, un documental centrado en McDonald, puso de
relieve la dolorosa realidad de la cultura de la comida rápida, una mentalidad
que se extiende bastante más allá del mundo de los restaurantes. Son muchos los
libros, movimientos y maestros espirituales que prometen a sus lectores y
demasiadas cosas a cambio de muy poco. Libros tan populares como el Manual de
la iluminación pura holgazanes sugieren la posibilidad de iluminarse sin realizar
el menor esfuerzo. Hay quienes dicen que basta, para ello, con asistir a un
“intensivo de iluminación” de fin de semana. La espiritualidad tipo comida
rápida es un producto de la creencia de que la liberación del sufrimiento
inherente a la condición humana puede ser sencilla y rápida. Pero lo cierto, no
obstante, es que la transformación espiritual no es sencilla ni rápida. Aunque,
en algunos casos, el bikram yoga o un intensivo de fin de semana pueden
proporcionar un pequeño atisbo de la no dualidad o abrir las puertas a la
espiritualidad y al mundo interior, no deberíamos, en modo alguno, confundir
estos “fogonazos” o “subidones” provisionales con un proceso de transformación
que, una vez asumido, acaba convirtiéndose en algo continuo y cada vez más
profundo.
2.
La falsa espiritualidad
La falsa espiritualidad consiste en
la tendencia a hablar, vestirse y actuar como creemos que debe hacerlo una
persona espiritual. Se trata de un tipo de espiritualidad que, como el tejido
de piel de leopardo imita la piel de leopardo, se li-mita a emular la
realización espiritual, una enfermedad, por otra parte, más frecuente dentro
del ámbito de la cultura de la Nueva Era, que se manifiesta cuando el ego se
apropia de verdades espirituales y cree en la posibilidad de acceder a estados
elevados de conciencia imitando externamente el aspecto y la conducta que
supone que caracterizan a las personas iluminadas. Y es que, del mismo modo que
el niño juega a ser bombero cogiendo la manguera del jardín o que la niña
remeda a su madre colocándose sus zapatos de tacón y maquillándose, el adulto
humano se disfraza, en un intento de emular la conducta de las personas
supuestamente espirituales, con algún tipo de ropaje espiritual. Luego asiste a
acontecimientos espirituales y, de un modo tan sencillo, cree haber accedido a
las enseñanzas de la sabiduría perenne de los místicos de todos los tiempos,
sin necesidad de emprender el trabajo real necesario para experimentar el arduo
y profundo proceso de transformación interior.
3.
Motivaciones confusas
Ésta es una enfermedad que hunde sus
raíces en la motivación que nos lleva a emprender el camino espiritual. Y es
que, por más auténtico y puro que sea nuestro deseo de crecer, a menudo se
entremezcla con motivaciones no tan puras, como el deseo de ser amado, el deseo
de pertenencia, la necesidad de llenar nuestro vacío interior, la creencia de
que el camino espiritual acabará con nuestro sufrimiento y la ambición
espiritual, es decir, el deseo de ser especial, de ser el mejor, de ser “el número
uno” .
Aunque la confusión resulte
inevitable cuando, por vez primera, nos embarcamos en el camino espiritual, si
nuestra práctica espiritual no pone finalmente de relieve las fuerzas que
inconscientemente estén operando, puede acabar provocando una enfermedad. En
tal caso, podemos sucumbir al impulso de satisfacer nuestras necesidades
psicológicas de aceptación, significado y singularidad, soslayando las
posibilidades más profundas que nos brinda la vida espiritual. Pero, en tal
caso, no lograremos satisfacer nuestras expectativas y, en lugar de entender el
fracaso percibido corno un aspecto del camino, culparemos a Dios, a nuestro
maestro o al camino y acabaremos decepcionándonos del desarrollo espiritual.
4.
La identificación con las experiencias espirituales
«El despertar religioso que no
orienta al soñante hacia el amor le ha despertado en vano», escribió la
cuáquera estadounidense Jessamyn West. Por más profundo que sea el impacto
provocado por las experiencias místicas y no duales —quizás el mayor de los
cuales sea el de iniciarnos a un compromiso vital con el camino espiritual y a
una vía de servicio— no es lo mismo acceder a los estados no duales de
conciencia que llegar a integrarlos. En esta enfermedad, el ego se identifica
con las experiencias espirituales y, tomándolas como algo propio, empieza a
considerarse —en una forma de inflación del ego— artífice de las comprensiones
que, en ocasiones, afloran en su interior. Y aunque, en la mayoría de los
casos, esta enfermedad no dure indefinidamente, tiende a afectar durante mucho
tiempo a quienes creen estar iluminados y/o funcionan como maestros
espirituales.
Hay veces en que la identificación
con las experiencias espirituales es tan profunda que uno acaba perdiéndose. El
santo indio del siglo xx Meher Baba emprendió la tarea de buscar masts, es
decir, practicantes espirituales atrapados en elevados estados de intoxicación
espiritual y ayudarles a integrar su conocimiento para convertirse, de ese
modo, en seres humanos más auténticos y funcionales.
«La iluminación súbita del satori es
un concepto sumamente resbaladizo», escribió el autor húngaro Arthur Koestler. En la mayoría de los casos y, a pesar de nuestro esfuerzo por aferrarnos a
ellas y de mantenerlas, las experiencias místicas acaban desvaneciéndose. Si
combinamos esto con las humillantes realidades del cuerpo, la enfermedad y las
relaciones humanas, acabamos descubriendo que las experiencias místicas son, en
esencia, simples experiencias.
5.
El ego espiritualizado
Esta enfermedad se presenta cuando
la estructura de la personalidad egoica se confunde con conceptos e ideas
espirituales provocando, como resultado, lo que Llewellyn Vaughan-Lee llama una
estructura egoica “a prueba de balas”. Cuando el ego se espiritualiza, nos
tornamos invulnerables a la ayuda, a los nuevos inputs y al feedback
constructivo. Entonces es cuando, en nombre de una supuesta espiritualidad,
nuestro desarrollo espiritual se atrofia y acabamos convirtiéndonos en seres
humanos impenetrables. El ego espiritualizado se manifiesta entonces en
modalidades que abarcan el amplio abanico que va desde lo sutil hasta lo
extremo, un ejemplo de lo cual es lo que he acabado denominando “novios zen” o
“novias zen”, que echa mano de conceptos, ideales y prácticas espirituales para
eludir la autenticidad y vulnerabilidad características de la auténtica
relación amorosa.’
6.
Producción en masa de maestros espirituales
Muchas tradiciones espirituales
modernas llevan a la gente a creer que se encuentran en un nivel de desarrollo
o iluminación espiritual que se halla muy lejos de la realidad. Son muchos,
tanto en Oriente como en Occidente, los maestros espirituales mediocres que
enseñan a sus sinceros discípulos niveles bastante menos que óptimos. Ésta es
una enfermedad que opera como una especie de cinta transportadora espiritual:
¡Ten esta experiencia, logra esa comprensión y estarás iluminado!… y en
condiciones, según parece, de iluminar a otros del mismo modo.
El problema no es lo que esos
maestros enseñan, sino el hecho de que se presentan como si hubiesen alcanzado
el dominio espiritual. Ésa es una creencia prematura que no sólo frustra la
evolución del maestro, sino que también transmite, en sus discípulos, una
imagen muy limitada del desarrollo espiritual. En este sentido, T.K.V.
Desikachar aconseja: «En ningún estadio del camino debes creer que te has
convertido en un maestro. Siempre, por al contrario, debes alentar la esperanza
de ser hoy un poco mejor que ayer y de ser mañana también un poco mejor que
hoy» .
7.
El orgullo espiritual
El orgullo espiritual aparece cuando
el practicante, después de años de laborioso esfuerzo, alcanza cierto grado de
sabiduría que utiliza para justificar su desconexión de cualquier experiencia
adicional. Resulta tentador que, en lugar de permanecer continuamente abiertos
a un conocimiento más profundo, nos durmamos en los laureles del logro
espiritual. En este sentido, los practicantes espirituales orgullosos deberían
encontrar el valor y la integridad necesarios para exponerse a individuos que
les obliguen a demostrar sus logros.
El maestro budista tibetano Chägyam
Trungpa Rinpoche consideraba el orgullo espiritual como uno de los obstáculos
más difíciles de superar. Ése era, en su opinión, un problema que frustraba el
desarrollo tanto de los maestros espirituales (llevándoles a creer que habían
llegado al final del camino) como de los practicantes avanzados (haciéndoles
creer que se hallan en un estado muy superior al de sus compañeros más
jóvenes).
La sensación de “superioridad
espiritual”, que consiste en sentir que “yo soy mejor y más sabio que los demás
y, como soy espiritual, estoy por encima de ellos”, es otro de los síntomas
característicos de esta enfermedad de transmisión espiritual. El síntoma mental
de esta enfermedad incluye la sensación de “estar en el ajo”, es decir, de
conocer realmente el ego, la conciencia y la espiritualidad. Y, entre sus
manifestaciones físicas, cabe destacar la sensación de distanciamiento, la
mirada de aprobación cuando los demás están hablando de cuestiones espirituales
y la necesidad de afirmar, en la conversación, la superioridad de nuestro
conocimiento espiritual.
8.
La mentalidad de grupo
Conocida también como pensamiento
grupal, mentalidad sectaria o enfermedad del ashram, la mente del grupo es un
virus insidioso que incluye muchos de los elementos de la codependencia
tradicional. Se trata de una enfermedad en la que un grupo espiritual se pone sutil
e inconscientemente de acuerdo en el modo adecuado de pensar, hablar, vestirse
y actuar. Las intenciones compartidas relativas a la práctica y el protocolo
resultan invisibles y el establecimiento de acuerdos homogeneiza al grupo,
proporcionándole un nivel de seguridad psicológica que tiene muy poco que ver
con las aspiraciones compartidas del desarrollo espiritual. Los individuos y
grupos afectados por la “mentalidad de grupo” rechazan a los individuos,
actitudes y circunstancias que no se adaptan a sus reglas, a menudo implícitas.
No hay grupo, independientemente de su grado de desarrollo, que no incluya,
como parte de su estructura, aspectos de esta dinámica sectaria enfermiza. Y
uno de los indicadores más claros de esta enfermedad es la negación o ignorancia
de esa dinámica.
El sectarismo y el pensamiento de
grupo son inevitables correlatos del psiquismo humano. Y aunque, en algunos
casos, sus consecuencias sean leves en otras, no obstante, resultan letales.
Recordemos, en este sentido, los suicidios colectivos de Jonestown y de la
secta Puertas del Cielo. Dentro de un grupo espiritual, el individuo puede
representar inconscientemente roles y dinámicas semejantes a los desempeñados
en su familia de origen. Y, sin conciencia de esta dinámica, el grupo
espiritual puede convertirse en una réplica colectiva de la familia
disfuncional del individuo y de la misma codependencia que afecta al resto de
sus relaciones. Es cierto que, en tal caso, reciben el consuelo de la sensación
de pertenencia y la gratificación de identificarse con un grupo y/o con un
líder carismático. ¿Pero cuál es el coste de esta recompensa? ¿Y en qué medida
pone en peligro su integridad humana y sus posibilidades espirituales más
elevadas?
Es importante que, en tanto que
individuos, reconozcamos en qué medida nos mantenemos inconscientes debido a la
mentalidad colectiva del grupo. Y los grupos deberían igualmente cobrar
conciencia de su dinámica psicológica insana. De ese modo, perfeccionamos
nuestra relación y alentamos una práctica y una comunidad espiritual más
fructífera.
9.
El complejo de persona elegida
Una enfermedad espiritual
relacionada con la anterior, aunque con el toque añadido del orgullo
espiritual, es el complejo de persona elegida. Se trata de una enfermedad que
se halla presente en todos los grupos espirituales y se expresa en la creencia
de que “nuestro grupo es espiritualmente más poderoso, evolucionado, iluminado
o, simplemente, mejor que cualquier otro grupo”. Y esta conclusión suele ir
acompañada de la idea de que “nuestro maestro es el más grande de todos los
maestros” y otras creencias tales como “jamás (en toda la evolución de la
humanidad) ha habido un grupo como el nuestro” o de que “nuestro grupo es el
más importante y valioso para la salvación de la humanidad”.
Esta enfermedad suele derivarse de
una tendencia psicológica profunda e inconsciente de impotencia, de falta de
amor y de inmaterialidad que lleva a maestros y a discípulos a creer que su
camino no sólo es el mejor para ellos, sino el mejor de todos los caminos
posibles. Existe una importante diferencia entre el reconocimiento de haber
encontrado el camino, el maestro o la comunidad más adecuados para uno y el de
haber encontrado el camino, la misma diferencia, en suma, que existe entre
afirmar “mi esposa/esposo es la mejor pareja del mundo para mí” y decir que “mi
esposa/esposo es la mejor de todas”.
También es muy habitual que las
personas reafirmen su sensación de valía psicológica creyendo que su asociación
con un maestro poderoso o iluminado les confiere, de algún modo, poder o
iluminación, un fenómeno conocido con el nombre de “culto a la personalidad”.
Es como esos padres que se identifican desproporcionadamente con la belleza o
los logros de sus hijos, como si las cualidades o acciones en cuestión no
fuesen de sus hijos, sino suyas propias.
10.
Supervivencia del ego basada en la ilusión de separación
Una de las enfermedades de
transmisión espiritual más sutiles e insidiosas —y que llega a afectar a la
inmensa mayoría de la población de aspirantes espirituales del mundo— es la
creencia de que la espiritualidad tiene que ver conmigo, es decir, que yo estoy
estudiando, que yo estoy llevando a cabo prácticas, servicio y esforzándome en
sentirme bien, ser más feliz y convertirme en una mejor persona.
La falacia básica implícita en este
error gira en torno a la creencia en el “yo”. El “yo” con el que casi todo ser
humano se identifica es un constructo psicológico creado para sobrevivir, pero
nos hemos identificado tanto con él que hemos acabado creyendo que somos el yo
(un punto que veremos con más detenimiento en el capítulo 4, titulado “La
psicología del ego”). Los místicos de todas las tradiciones han afirmado que
“Dios es Uno” y que “Tú eres Eso”. Y, aunque todos los seres humanos sepan eso
intuitivamente y muchos lo hayan llegado a experimentar por sí mismos, la
creencia de que sus somos seres separados se mantiene durante toda la vida.
Este malentendido básico de nuestra
identidad verdadera no sólo es el problema fundamental al que se enfrentan
todos los aspirantes espirituales, sino el fundamento mismo de todas las
enfermedades de transmisión espiritual. La inquebrantable certeza de que “yo
soy quien creo ser” —que tiende a ser tan fuerte entre quienes entienden
intelectualmente este concepto como entre quienes no lo entienden— es tan
virulenta que tiñe toda nuestra práctica espiritual, desde el servicio hasta la
meditación y el ritual. La mayoría nos pasamos nuestra vida en el camino
sumidos en esta enfermedad integrada en nuestra conciencia. Se trata de una
enfermedad de transmisión espiritual —quizá la más difícil de erradicar de
todas ellas— que afecta tanto a maestros como a discípulos, movimientos
religiosos y tradiciones espirituales.
11.
“YA HE LLEGADO”
Pero existe una enfermedad tan letal
para el progreso espiritual que he decidido considerarla aisladamente, la
creencia de que “ya hemos llegado” a la meta del camino espiritual. Cuando esa
creencia se asienta en el psiquismo, acaba todo posible avance espiritual. Y es
que, en el mismo instante en que creemos haber llegado al final del camino,
concluye todo posible desarrollo. Y no olvidemos que, cuando no seguimos
avanzando, acabamos retrocediendo.
La enfermedad de creer que ya hemos
llegado —conocida también como la afirmación prematura de iluminación,
enfermedad zen o complejo mesiánico— es la mejor documentada dentro de las
tradiciones espirituales y religiosas. En su libro El corazón del yoga, T.K.V.
Desikachar explica que: «El mayor de los obstáculos consiste en creer saberlo
todo. Suponemos que hemos llegado al final y que hemos visto la verdad cuando
lo único que, en realidad, ha ocurrido es que hemos experimentado un período de
calma que nos lleva a decir “¡Esto era lo que siempre estaba buscando!
¡Finalmente lo he encontrado! ¡Ya lo he conseguido! Pero lo cierto es que la
sensación de haber alcanzado el peldaño más elevado de la escalera no es más
que una ilusión».’
La tragedia es que esta enfermedad
puede acabar infectando a la gente de un modo que deteriora gravemente su amor
a la verdad. Es mucho el daño provocado por maestros espirituales poderosos,
populares y carismáticos que, pese a tener una comprensión muy profunda, han
perdido la humildad y, al no darse cuenta de lo mucho que ignoran, sólo enseñan
prácticas y verdades a medias. Y estos casos despiertan muy a menudo, cuando
las supuestas “verdades” se revelan falsas, un profundo sentimiento de
traición, amén de resultar muy difíciles de curar. Son muchos, de hecho, los
aspirantes espirituales sinceros que, después de haber sufrido los efectos de
alguien aquejado del virus “yo ya he llegado”, jamás acaban de recuperarse lo
suficiente como para confiar en otro maestro.
Un aspecto menos reconocible de esta
enfermedad de transmisión espiritual se manifiesta en el pequeño mesías que
todos, de algún modo, llevamos dentro. No es difícil imaginar a un líder
carismático como Jim Jones convenciendo a sus seguidores para que se bebiesen
el vaso de Kool-Aid que acabó con sus vidas, ni a un mesías tántrico de la
Nueva Era enseñando a sus discípulos el modo de unirse con Dios a través del
sexo… y utilizando, muy diestramente por cierto, para ello, la intermediación
de su propio cuerpo. Lo que no resulta tan sencillo es descubrir y admitir al
pequeño mesías que hay dentro de cada uno de nosotros. Me refiero a esa pequeña
voz que, contra toda evidencia e incluso contra la claridad de nuestra propia
conciencia, insiste en que realmente sabemos lo que está ocurriendo, en que
somos algo más sabios que los demás, en que nuestro juicio es objetivo y en que
nuestra visión es exacta y verdadera. Esto, a decir verdad, es algo que, en
alguna que otra ocasión, muchos hemos experimentado… pero, ¿seríamos tan
honestos como para admitirlo?
PREVENCIÓN CONTRA
LAS ENFERMEDADES DE TRANSMISIÓN ESPIRITUAL
«La honestidad implacable con uno
mismo» es la expresión con la que Lee Lozowick se refiere al proceso de
desarrollo del discernimiento espiritual. Son muchos los casos en que, pese a
ver con mucha claridad los obstáculos, no estamos dispuestos a reconocerlos. Es
como si, en lugar de cambiar y curarnos, prefiriésemos seguir cómodamente
asentados en la enfermedad. Afortunadamente, muchas enfermedades de transmisión
espiritual son fáciles de detectar y también, en consecuencia, de curar. Y
también disponemos, si estamos más interesados en la verdad espiritual que en
la ficción y tenemos el coraje de admitirlas, pruebas que pueden ayudarnos a
determinar nuestra salud al respecto.
Mariana Caplan: Libro, El
discernimiento espiritual
http://www.omniainuno.com/conocimiento-actual/sabiduria-de-hoy/enfermedades-de-trasmision-espiritual/
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario